martes, 19 de noviembre de 2013

Populismo reloaded

Credito:
Isaac Katz
Desde la época virreinal, los países que ahora constituyen América Latina nunca se han desenvuelto bajo un sistema económico íntegramente liberal. 

A lo largo de los últimos cinco siglos, en las diferentes economías, siempre ha persistido un esquema basado en la apropiación de rentas, primero por parte de la corona española y después, en los años de independencia, en uno que podríamos denominar capitalismo de cuates (crony capitalism), en el cual unos cuantos favorecidos por el poder político podían extraerle a la sociedad -particularmente a los consumidores- las rentas derivadas del poder monopólico otorgado, ya fuese directamente a través de la imposición regulatoria de barreras a la entrada o a través de mecanismos como subsidios y protección de la competencia externa. 

En prácticamente toda la región, es raro encontrar gente rica (entendido, arbitrariamente, este concepto como quién tiene una fortuna medida en cientos de millones de dólares), que no haya acumulado su riqueza al amparo del poder.
Así, una de las principales características en América Latina es la inequidad en la distribución del ingreso y los altos índices de pobreza.

El bajo nivel de desarrollo económico ha sido el caldo de cultivo para que periódicamente aparezcan en la región gobiernos de corte populista, los cuales, con la aplicación de políticas económicas que buscan favorecer a los más pobres, derivan en enormes distorsiones que acaban por mantener a estos países en el subdesarrollo y, peor aún, terminan por dañar a los más pobres, haciendo todavía más inequitativa la distribución de la riqueza y del ingreso. Un círculo vicioso.

Para no irse más atrás en el tiempo, el siglo XX abunda en ejemplos de gobiernos latinoamericanos de corte populista, siendo los más notorios los casos de Argentina, empezando con Juan Domingo Perón y más recientemente con Cristina Fernández (único país que pasó de ser una economía desarrollada a principios de ese siglo a ser una subdesarrollada sin haber pasado por una guerra que destruyera el capital físico); Chile, con Salvador Allende; Venezuela, durante el primer mandato de Carlos Andrés Pérez; Perú, durante el primer gobierno de Alan García, México con los gobiernos de Echeverría y López Portillo y un largo muy largo etcétera.

Y ahora se nos aparece en el escenario Nicolás Maduro, en Venezuela, como el nuevo ejemplo extremo de un gobierno populista, que con sus políticas llevará a la economía de ese país a una total destrucción. Maduro ha seguido, y más aún, profundizado, las políticas populistas de su antecesor, Hugo Chávez, de quién heredó el poder. Los atentados a los derechos privados de propiedad a través de expropiaciones arbitrarias, sin indemnización, políticas fiscales y monetarias expansivas, controles a los movimientos de capitales y al comercio exterior, la desaparición de una efectiva división de poderes, etcétera, llevaron a que este país estuviese en la cola de los países menos libres del mundo, solo detrás de Cuba y Corea del Norte.
Las últimas acciones de Maduro, como fue el asalto militar a cadenas de artículos electrodomésticos, acusando a los accionistas de usureros y explotadores del pueblo bueno, su amenaza de extender este acto a muchos otros bienes, su decisión de imponer controles de precios eliminando la inflación por decreto y más, acabarán por destruir la economía. Sus actos derivarán en la aparición de mercados negros (el tipo de cambio ya es 12 veces el oficial), desabasto y mayor pobreza. Pobres venezolanos.
¿Hay algo en el ADN de los gobernantes latinoamericanos que los inclina al populismo?